domingo, 27 de septiembre de 2009

Shinde kudasai...

Seguramente algunos os preguntaréis: ¿Qué haces que no estás en el Tokyo Game Show? Tengo varias razones de peso para no ir. Hace dos días estuve de karaoke y cubrí mi gasto de fiesta semanal (sip, a mi no me financian como a los PPros, soy como vosotros), también me he vuelto de alguna manera anti-aglomeraciones innecesarias de larga espera (las colas, vamos,xD) y también todas las webs o revistas están destripando todos las novedades que se presentan en el evento, con lo cual no tiene sentido que vaya. Para vivir la experiencia estaría bien, pero a parte de los 1200 yenes de la entrada, tengo otros 1600 entre trayecto de ida y vuelta a Chiba. Es "Tokyo" Game Show por los pelos, porque casi se sale de los límites de las propias afueras.

Quería hablaros hoy de otro de esas chocantes reflexiones que uno cavila sólo caminando por la calle. Mi distrito, como ya os he contado, sobretodo mi barrio, está repleto de casas y templos antiguos, edificios que se conservan desde la "Edad de Amaterasu", contrastado con alguna calle donde se pueden ver nuevas edificaciones, hoteles y demás. Cerca de mi apartamento hay un edificio de cuerpo de bomberos, siendo muy común despertarse por el ruido de las sirenas a altas horas de la noche. A unos diez minutos a pie es posible acceder a uno de los muchos hospitales de esta parte de Tokyo, con lo cual es frecuente ver pasar a cualquier hora del día ambulancias de un lado para otro.

Hasta aquí todo correcto. Lo que realmente pugna por sobresalir en mi análisis sobre las diferencias culturales, es la manera en que estos cuerpos de sanidad y seguridad se desplazan en sus supuestas urgencias con el fin de llegar al lugar de la acción. Para que os hagáis una idea, vamos a ponernos un poco en modo Tarantino. Imagináos que os apuñalan en medio de la calle (por supuesto, imagináos que no estáis en Japón, esas cosas "no suceden") e inmediatamente llamáis al 119, el número correspondiente a Urgencias e incendios. Después de que una voz muy amable os pregunte donde os estáis desangrando vivos, contáis el tiempo. Os han clavado un cuchillo pequeño, así que no creéis poder estar pendientes de un hilo. Llegarán..rapid...lleg...Lo siguiente que hacéis es remataros contra el poste de una farola para perecer dignamente.

Por si mi ejemplo no ha quedado claro, lo que quiero decir es que es preferible terminar de acabar la faena que el destino ha decidido para tí antes que esperar a que una ambulancia japonesa llegue a tiempo para salvarte de cualquier emergencia. El modus operandi es saltarse los semáforos, pero con calma, mucha calma; es girar por las calles deteniéndose en los stops;es atravesar los cruces a 10 km/h. Todo ello acompañado de las típicas sirenas, de luces parpadeantes y de megáfonos donde el copiloto advierte a los transeuntes y a los conductores del peligro que suponen en ese momento, disculpándose al estilo japonés. Desde luego si son peligrosos, sí.

He visto bicicletas con más celeridad que una ambulancia (a cucarachas más rápidas, ya puestos). De hecho, las bicicletas son mucho más peligrosas, sobretodo en las esquinas cuando vas con tu mp3 tan tranquilo y unos segundos antes de cruzarla aparece a toda leche un vehículo de dos ruedas como si hubiera raíles en el asfalto o señales que dieran prioridad para el exceso de velocidad. ¿Es por eso que las ambulancias van tan lentas, incluso en las rectas cuya visibilidad es más que aceptable?

Lo que nos lleva a ver el otro lado del asunto, el del viandante. Los japoneses en su mundo onírico confían en que todos los conductores van a detenerse metros atrás antes de iniciar su marcha lenta hasta llegar al stop, cruzan las calles con sus bicicletas de forma temeraria (a pesar de que no hacen lo mismo caminando) y mantienen a raya en resumen a los vehículos que circulan debidamente por sus carriles donde se supone que los humanos sólo tienen cabida dentro de ellos. He visto incluso a un taxi, que sin pitar ni dar luces, esperaba con tremenda paciencia a que un par de bicicletas dejaran el espacio que necesitaba para pasar.

Lo mismo ocurre con las bicis. Los timbres no sirven para nada. Pruebas italo-españolas realizadas en las calles Tokyotas demuestran que si vas por delante de un japonés con bicicleta y este no puede pasar, se esperará lo que haga falta antes que tocar el timbre. El mismo comportamiento con respecto a las colas, las aglomeraciones o las entradas/salidas a las bocas de metro, donde el grifo del orden inicia su corriente de masa de personas, separándolas imaginariamente por dos flechas de "flujo" que se respetan hasta el punto de que aunque no haya gente dirigiéndose en la dirección contraria, no se sobrepasa.

El orden perfecto no existe, precisamente porque siempre habrá un extranjero como yo que ponga a prueba si es real el poder que ejerce un simple símbolo para manejar a las masas, como una flecha pintada en el suelo, que unida al respeto y disciplina de la sociedad japonesa se convierte en una de esas materias de análisis para el buen observador (empezando por los que usan sus ojos de vez en cuando, pese que a lo mejor no sea experto en la disciplina). Pero este es ya otro tema al que me estoy desviando, y aún quedan muchos días para poder seguir contándoos cosas antes de regresar al mundo salvaje occidental.

Por eso, como todo buen gaijin con cierto respeto a su vida (y que sabe cuando servir una taza de té caliente a la muerte cuando es conveniente), desde el primer momento en que observé esta pasividad (preventiva o no, no hay excusa cuando la existencia de una persona está en juego) me aprendí bien donde está mi hospital más cercano. Al menos si mi seguro no cubre los gastos del supuesto accidente, siempre es mejor estirar la pata con calefacción y viendo a japonesitas en "cosplay" de enfermera que esperar a que una ambulancia te asista con premura.


¡Hasta pronto!
Raúl

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